Enreda los pensamientos con el chirriar de las ruedas sobre el asfalto mojado. Ni siquiera ve el Mini bermellón que ha estado a punto de atropellarlo.
- ¿Qué pasa,? dice la conductora por la ventanilla ¿Es que no ves que el de peatones está rojo, chalao?
De nada sirve el gesto empapado de "disculpa-no-comprendo-lo-ocurrido". El hombre calado hasta los huesos retrocede a la acera. Ni siquiera tiene claro qué es lo que no "comprende" pero no quiere liarse a dar explicaciones a la del mini -bien mirado no le importa- y le diga lo que le diga, ya ha sentenciado que está loco. Espera impacientemente bajo la lluvia a que, al otro lado de la calzada, la mamá de paraguas colorado con dos niños de chubasqueros encarnados dé el primer paso para cruzar, no vaya a ser que tenga otro susto. Entonces se decide a ir rápido hasta la plaza desierta, mojada, área wifi. Se sienta en el quiosco donde cada domingo toca la banda y abre el portátil en busca del beso extraviado -se dice- convencido de que debe andar por ahí. A veces sucede que se pierden los besos envíados por email y es cierto que los besos que se mandan por correo postal, nunca llegan a su destino. ¿Será eso lo que le pasa a un beso en blog?
Lo busca durante hora y media, va y viene por los comentarios. Revisa el post entero, las entradas de libélulas azules, pelucas amarillas, luciérnagas encendidas, almas viajeras, ritmos tropicales, gloriosos microcuentos, tambores, sartenes, teclados, playas y exposiciones, colores apilados y otras invenciones.
Pero no, no hay nada, no hay beso para él.
Sólo un abrazo para el gato, otro para el pez...